Sobre el final de The Last of Us

Júrame que todo lo que me dijiste sobre los Luciérnagas es cierto.

Lo juro.

…Vale.

Hace ya 10 años que la obra maestra que Naughty Dog sacó al mercado de los videojuegos revolucionó el medio y los chats en Internet. El debate sigue vigente tras el final de la serie de HBO, siguen saliendo opiniones e impresiones nuevas. Sigue siendo un final rompedor, atemporal.

En sí, toda la segunda mitad del primer juego alcanza un nivel superlativo. Desde que nos despedimos de los hermanos Henry y Sam el tono, la trama y el desarrollo de Joel y Ellie no para de subir, no para de sorprendernos. Pero acortemos horas de metraje o de gameplay y parémonos a hablar únicamente de los compases finales.

Back in Salt Lake City

Dejamos atrás el invierno y empezamos este último episodio con mucha más luz, menos capas de ropa y un Joel mucho más hablador de lo que acostumbra. Nuestros protagonistas han cambiado las tornas: la vivaz Ellie pasa a ser ahora la callada con un saco con traumas; Joel empieza a ver fin a sus 20 años de pesadilla.

Ha pasado demasiado poco tiempo tras el encontronazo con David y todos los sucesos acaecidos en su infame poblado. Vemos que las cosas no son como eran antes. Que este trauma es diferente. Hasta este momento Ellie había visto una crueldad enorme, pero siempre acompañada de fe a su alrededor. Había vivido cosas malas, pero había conocido a gente que iluminaba parte de esa oscuridad. Despedirse de Riley, Tess o Henry y Sam fue cruel; salvaje. Pero iba a conservar recuerdos positivos por el hecho de haber conocido a esa gente. David no ocupa ni una fracción positiva. Es un reflejo de lo destrozada que está la humanidad. Quizás Ellie ve que la vacuna que ella puede proporcionar a la humanidad no es suficiente para curar una sociedad que, tal vez, ya estaba podrida antes del cordyceps.

Las jirafas entran en escena y, con ellas, vemos los últimos coletazos de vida que da la Ellie que conocíamos hasta ese momento. Esa chica de los chistes malos, incapaz de callarse o de hablar sin decir tacos, con ganas de explorar y conocer, que rebosa inocencia y esperanza. No la volveremos a ver más. Joel, en contrapartida, no deja de subir en moral. Atreviéndose a hablar de sus sentimientos y a hacer promesas de planes que no tengan que ver, únicamente, con la supervivencia pura.

Llegan los Luciérnagas

Los desencadenantes de toda la trama vuelven a aparecer en escena. Marlene dirigiendo la orquesta. Mucha palabrería clínica para decir de una manera fría que tiene que matar a la hija de la que fue su amiga. Una visión idealizada sobre la creación y distribución de una vacuna. Médicos con sueños utópicos que no paran a preguntarse por lo que ocurrirá con la gente que lleva años infectada, por cómo procederá un grupo paramilitar que vive sus últimos coletazos de vida a producir de manera masificada una vacuna; o cómo convencerán a grupos de cazadores, militares, paramilitares o grupos de culto que se han formado durante estos 20 años para volver a unirse, para volver a ser humanos. La vacuna es una posibilidad y se lanzan a ello.

La opinión que tenga Joel al respecto de cómo conseguir dicha vacuna no les podría dar más igual. Ni tan siquiera se lo comunican a Ellie. Marlene presupone que sería lo que ella querría, del mismo modo que presupone que Joel no sentiría tanto afecto por alguien que, en un principio, solo era mercancía.

Las prisas, los malos modales, el no dejar que estos protagonistas se despidan y el egoísmo de Joel desencadenan una masacre sin parangón. Joel arrasa al grupo revolucionario. Se lleva a Ellie sin dar tiempo a la chica a despertarse o a vestirse siquiera. Elabora de manera vaga su mentira y miente sin mucho esfuerzo. Esta naturaleza de Joel no la habíamos visto todavía. Vimos que sería capaz de hacer cualquier cosa si con ello pudiese obtener algo, que no le importaba hacer daño físico a desconocidos para conseguir su objetivo. Pero ahora ha perjudicado a Ellie y su actitud, en todo caso, se reafirma. No solo no le cuenta la verdad de lo sucedido en el hospital, le arrebata a Ellie el principal motor que hacía a esta chica funcionar, lo especial de su organismo: su inmunidad al hongo.

“Hay muchos más como tú. Docenas, de hecho. Han dejado de buscar una cura”.

Llegan a Jackson y Ellie no se aguanta. Suelta las últimas frases de la historia. La niña mira a su padrastro con los ojos vidriosos. Acepta la mentira que le cuenta Joel. Sabe que no es verdad, pero no le queda otra que aceptar este nuevo rol que toma su relación. No sabrá qué sucedió en el hospital de Salt Lake City, pero acaba de descubrir esta naturaleza de Joel.

Y, a pesar de todo esto, entiendo a Joel

No me suele gustar el ponerme quisquilloso con las obras, darle demasiadas vueltas de tuerca a condicionantes secundarios que podrían acabar con el argumento principal de la obra. La dificultad para distribuir y arreglar la sociedad en base a una vacuna que no nos presenta el juego o la serie en ningún momento está ahí; nosotros, como espectadores, debemos ceder ante la suspensión de la incredulidad. The Last of Us nos presenta a un personaje, Joel, en unas condiciones muy concretas que se enfrenta a un conflicto. Lo importante de la obra es el conflicto en sí, el cual es extrapolable a muchos otros contextos. Cedamos, pues, ante estas problemáticas secundarias que sacuden al argumento de los Luciérnagas. Convenzámonos de que la vacuna es un hecho si la niña muere.

Joel parte como hombre divorciado, que encuentra una vida feliz únicamente con su hija, Sarah, la cual se va del modo en el que se va. Joel no se queda solo durante esos 20 años. Su hermano, Tess y, aunque de manera más discreta, Bill y Frank forman parte de su vida. Pero especialmente destacable el hecho de que ni Tess durante todos esos años, formando una relación sexoafectiva con Joel, sea capaz de apaciguar sus traumas. Es Ellie la que tranquiliza a Joel.

En solo medio año Joel cede ante la niña, acepta de nuevo su rol de padre en el mundo, está dispuesto a intentar recuperar esa vida calmada que tenía antes del brote. Él no conoce la tranquilidad y la felicidad de otra manera. Con o sin cordyceps, no parece que consiguiera estabilidad con una pareja o con su hermano, con quien tenía altas discrepancias. Su propósito vital está en cuidar y educar a Sarah, o a Ellie. Sin ellas, con o sin cordyceps, él no iba a encontrar tranquilidad.

Joel, evidentemente, toma la decisión de sacar a Ellie del hospital a cualquier precio únicamente por egoísmo. Pero esta decisión de antihéroe tiene un realismo intrínseco sin parangón. Tal vez sea porque estamos acostumbrados a los super héroes, donde vemos a Spider-Man aguantar estoico las calamidades que sufre como Peter Parker, cómo el sistema le machaca, cómo renuncia a su vida y a su familia por y para el pueblo de Nueva York. O a Batman sufrir la soledad y el rechazo de las instituciones de la Ley para convertirse en el azote a la violencia de las calles de Gotham. Joel es más como nosotros, es más humano.

No soy padre, pero tengo una hermana significativamente más pequeña que yo, a la que he tenido que educar y cuidar. No podría perderla. Sea una vacuna para el covid, para el sida o para el cáncer. La humanidad y la vida encuentra siempre una vía para seguir a flote, se acostumbra a los condicionantes que tenga enfrente y se sobrepone a los problemas, de mejor o peor manera. Eso la humanidad, no yo. Para ese doctorcito de los Luciérnagas, Ellie es una niña aleatoria, una de tantos otros que estarán muriendo en ese mismo momento; para Joel no. Para la mayoría de los que leéis esto mi hermana es una niña aleatoria cuya existencia no percibís; para mi no.

Joel, por egoísmo, actúa sin consultar a Ellie siquiera. Sin hacer caso de los deseos de la niña. Acepta lo que va a hace, así como su mentira, la nueva actitud apagada de Ellie y los problemas que puedan venir en el futuro.

En los compases finales del juego, cuando van andando por el bosque, vemos a Joel completamente tranquilo, siendo el que antaño fue. Hablando de Sarah abiertamente, comparando a las dos hijas que ha tenido, romantizando una mezcla de lo mejor de su pasado con lo mejor de su presente. Ellie insiste deseosa de saber la verdad, Joel aguanta la mentira. No le cuesta hacerlo si con ello puede ser feliz.

Volvemos al “okey”

¿Y por la parte de Ellie? Como sabemos ahora, desde su nacimiento ha estado condenada al abandono, a estar sola. Aun conectada con su madre y ya sufre su primera pérdida. Ni un día de vida y ya condenada a vivir como huérfana, peleando y sufriendo abusos de unos compañeros que se comportan como animales. Encuentra un rayo de esperanza en Riley; pero su “amiga” tiene otros planes.

Riley desaparece, quiere aspirar a ser alguien (aunque no lo consiga) y, en ocasiones, actúa de manera egoísta. Cuando Ellie pone de manifiesto sus sentimientos y consigue que su pareja se quede, Riley muere y Ellie descubre que ella no va a morir.

El síndrome del superviviente llevado su máxima expresión, pues descubre que no solo ha sobrevivido a Riley, sino que lo hará con todos los que conozca de ahora en adelante. Y así resulta ser. Tess y Sam, de pronto, se van. A la mínima que crea un vínculo, aquello que a ella no la puede matar, se lleva por delante a todo su entorno. Y, presumiblemente, así seguirá siendo toda su vida. Normal que el mayor miedo que tenga es acabar sola. Su ansia por ser la cura de la humanidad no viene precedida únicamente por el bien intrínseco que realiza con ello. La vacuna curaría a la humanidad; y acabaría con su maldición.

Su padre adoptivo le miente a la cara, ella lo sabe. Los ojos se le cristalizan. Ella está maldita, teme estar y sentirse sola. No le queda más remedio que quedarse al lado de aquel señor que se le antoja más desconocido ahora que cuando lo conoció en Boston. La música de Gustavo Santaolalla inunda la escena. Ellie solo puede mirar a Joel y pronunciar “okey”. La música rompe y hay fundido a negro.

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