Episodio 4 – Entre Ruinas, Recuerdos y Redención

Del rodaje al corazón: un año, una escena, una pasión

Llegó mi turno. Como mis compañeros de viaje por este universo brutal y bello a la vez, me toca poner sobre la mesa mi análisis del episodio 4 de esta segunda temporada de The Last of Us. Y antes de meterme en faena, tengo que decir que estoy profundamente agradecido por tener esta oportunidad, por formar parte de este equipazo con el que comparto pasión, entrega y locura por esta historia que nos marcó.

Hace justo un año, entré en este mundo de análisis con algo tan sencillo —y a la vez tan complejo— como revisar imágenes de rodaje. Lo hice de la mano de Kumai, y hoy, por esas vueltas mágicas de la vida, me encuentro escribiendo sobre el capítulo que da vida a aquellas mismas imágenes que analicé por primera vez. No es solo un círculo que se cierra, es un viaje que cobra sentido.

Verlo todo ahora con perspectiva me emociona. Aquellas primeras palabras que me costaron tanto escribir por la presión que yo mismo me metí, hoy se sienten lejanas. Y no porque haya dejado de exigirme, sino porque en este año he crecido. He leído, he aprendido, me he empapado de detalles, de lore, de entrevistas, de todo lo que envuelve esta obra maestra de Naughty Dog. Y, sobre todo, he aprendido a disfrutar el proceso.

Este último análisis me lo ha dejado claro: todavía hay mucho camino por recorrer. Pero qué gustazo es recorrerlo así, con esta comunidad, hablando de esta historia, de estos personajes, de este universo que tanto nos ha dado.

No me voy a enrollar más (aunque claramente ya lo hice), porque lo que viene a continuación no es solo un resumen del capítulo. Es una carta abierta, una declaración de amor por The Last of Us, por lo que representa y por lo que despierta en nosotros.

Eso sí, aviso para navegantes: esto está lleno de spoilers. Si decides seguir leyendo, hazlo bajo tu propia responsabilidad. Luego no digas que no te avisé…

El pasado regresa: Isaac y la ruptura con FEDRA

En este episodio nos tiran directo a hace once años para presentarnos al que va a ser el gran villano de esta temporada: Isaac Dixon. ¿Y quién lo interpreta? Pues nada más y nada menos que Jeffrey Wright, el mismo actor que ya le puso voz y alma en el videojuego. Fan service del bueno.

Todo arranca en un furgón de FEDRA, con varios soldados que parecen bastante relajados, mientras uno —interpretado en un cameo por Josh Peck— va soltando anécdotas de cuartel sobre un tal Greenberg, un comandante con más mala leche que sentido común. Entre risas y bromas, suelta el término “Votantes”, una forma despectiva que usa FEDRA para referirse a la gente a la que les quitaron hasta el derecho a opinar. Aquí Isaac, con toda la paciencia del mundo y cara de “estoy rodeado de idiotas”, le explica al novato de turno qué significa realmente eso. Un apunte, esos “Votantes” de los que hablaban, estaban colgando unos carteles religiosos… ¿primeros indicios de los Serafitas? Huele a que sí.

Todo va normal hasta que el furgón se topa con un bloqueo en mitad de la carretera. Los soldados se ponen nerviosos, temiendo que sean los Lobos (WLF), pero Isaac, frío como siempre, les ordena quedarse dentro. Baja él solo con el novato, se acerca a la cabecilla del grupo del bloqueo, intercambian nombres como si fuera un juego de contraseñas y… ¡boom! Isaac introduce dos granadas dentro del furgón y adiós tropa. Así, sin anestesia. Luego, un apretón de manos sella esta nueva alianza y nos queda claro: Isaac acaba de romper lazos con FEDRA. Y de qué manera.

Por si alguien aún dudaba de la frialdad de este tipo, la siguiente escena lo deja algo más claro. Ya en el presente, como líder de los Lobos, lo vemos soltando un monólogo rollo Tarantino sobre cómo le flipaban las tiendas Williams Sonoma y soñaba con tener una sartén Mauviel. Y sí, adivinaste: usa esa sartén —de cobre, para más inri— para torturar a un serafita que tiene tirado y molido a palos en el suelo. Le quema la mano sin pestañear. El pobre tipo, aún así, no suelta prenda. De hecho, le suelta a Isaac una frase demoledora: “Cada vez más lobos se hacen serafitas, pero ningún serafita se hace lobo”. Boom. Más gasolina al fuego.

Isaac, harto, le pega un tiro. Fin del interrogatorio. Fuera de la sala, los soldados de WLF comentan que se acabó el show. Entre ellos está el mismo novato del furgón, pero ya no tiene cara de novato: ahora es un tipo curtido en esta guerra sin fin.

Seattle en ruinas: Ellie y Dina entre recuerdos y revelaciones

Después del golpazo emocional que fue la aparición de Isaac y todo ese contexto crudo de lo que pasó en Seattle años atrás, volvemos con nuestras protagonistas: Ellie y Dina. Las vemos en un paseo a lomos de Shimmer que, visualmente, es una joya. Van recorriendo las ruinas de Seattle, que aunque están destrozadas, tienen una belleza apocalíptica que no se puede negar. Todo lo que ven a su paso habla por sí solo: cadáveres de soldados, ya reducidos a huesos con uniforme, esparcidos como si la guerra hubiera pasado ayer. La ciudad entera está decorada con banderas del orgullo, y lo interesante es que Ellie y Dina no tienen ni idea de qué representan. Es un momento sutil pero potente.

En medio del recorrido, se topan con un tanque. Y cómo no, Ellie, curiosa como siempre, se lanza directo a él como si fuera una niña en Navidad. Abre la escotilla con ese entusiasmo tan suyo —casi como quien toca las campanas de la iglesia un domingo— y ¡zas! Se encuentra con tres cadáveres calcinados. Un guiño directo al juego que los fans pillamos al vuelo.

Y justo cuando piensas que no pueden darte más fan service bien hecho, llega la escena. Sí, esa que todos los jugadores estábamos esperando más incluso que la del laboratorio: el momento Take On Me. Las chicas se meten en una tienda de música, uno de esos refugios que parecen sacados de otro tiempo. Ahí se esconden junto con Shimmer para esperar a que caiga la noche antes de seguir rumbo a la cadena de televisión, donde creen haber visto señales de los Lobos.

Dina, con ese toque juguetón que la caracteriza, se pone detrás de una batería e intenta marcar un ritmo básico, tipo bombo-caja. Mientras tanto, Ellie sube las escaleras a curiosear. Arriba encuentra varias guitarras, todas hechas polvo, hasta que ve una funda cerrada. La abre y —sorpresa— dentro hay una guitarra electroacústica que está impecable, conservada gracias a unas bolsitas antihumedad. Una joya en medio del desastre. La agarra, se sienta y empieza a afinarla. Dina, abajo, escucha esas primeras notas y sube en silencio. Ellie empieza a tocar y cantar los acordes de Take On Me, y justo en ese momento, Dina aparece en escena con el rostro iluminado, como si el tiempo se detuviera. Ellie la ve, duda, pero Dina la anima a seguir. Y lo hace. Mientras canta, Dina se sienta en el suelo y no le quita los ojos de encima. Tiene esa mirada brillante, profunda, que termina en lágrimas. No sabemos exactamente qué le pasa por la cabeza, pero todo apunta a que se ve reflejada en esa letra. Es un momento íntimo, precioso, que atraviesa la pantalla.

El horror en la torre: Serafitas, trampas y primeras batallas

Y como ya sabemos los que venimos de este mundo —ya sea por la serie o por el juego—, la paz en The Last of Us dura lo que un suspiro. Apenas cae la noche y el plan medio improvisado de Ellie y Dina se pone en marcha.

Llegan a la torre de la cadena de televisión, ese punto que ya tenían marcado desde antes. Entran por una ventana que está literalmente manchada de sangre —una señal nada sutil de que la cosa dentro no pinta bien— y comienzan a moverse con cautela por los pasillos. No tardan nada en toparse con la primera advertencia seria: un soldado WLF muerto, atravesado por cinco flechas. Directo y al grano. Aquí ha pasado algo antes de que ellas llegaran.

Pero la cosa se pone todavía más macabra. Unos metros más adelante, se encuentran con cinco cadáveres colgando de cuerdas, con las tripas al aire, en plan ritual. Y una pintada en sangre con la frase: Feel Her Love. No hay dudas, estamos ante los Serafitas. El mismo grupo del que ya habíamos visto rastros en el capítulo anterior, cuando se toparon con los cuerpos abandonados en el camino a Seattle. Ellie y Dina lo captan al instante: aquí hay más de un frente abierto. Seattle está completamente rota.

De repente, una señal de radio proveniente del chaleco de un soldado muerto, les deja claro que vienen refuerzos. No hay tiempo para huir, así que se esconden y esperan el momento oportuno para moverse. La tensión se palpa.

Ellie intenta salir por una ventana, pero la condenada está atascada. No logra abrirla a tiempo, y justo entra el primer soldado en la habitación. Ella se pega a la pared, buscando cualquier ventaja. Y cuando ya no tiene otra opción, se lanza. Lo ataca con todo, lo tumba al suelo y le hace un mataleón, usándolo como escudo humano mientras otro soldado entra en escena. No le da ni tiempo a apuntar bien: ¡pum!, Dina le mete un balazo certero en la cabeza. Ellie no se queda atrás, y remata atravesando el cuello de su rehén con su navaja.

Con el peligro sobre ellas, Dina dispara a la ventana trabada, rompe el cristal y por ahí se escapan, justo cuando los Lobos empiezan a entrar en masa a la habitación.

Huida al límite: infectados, túneles y la mordida que cambia todo

Corren por las escaleras de emergencia, bajando a toda velocidad, esquivando disparos mientras la lluvia de balas les silba en los oídos. Una vez en la calle, siguen corriendo hasta que se topan con un callejón sin salida. Atrapadas. Pero, justo cuando parece que no hay escapatoria, consiguen abrir una puerta que da a una zona derrumbada. Allí encuentran un hueco entre los escombros, justo lo suficientemente grande para que pasen ellas… pero no un soldado con cuerpo de armario. La suerte, esta vez, estuvo de su lado.

El camino, casi sin querer, las lleva a un túnel de metro. Un respiro breve en ese aire viciado y rancio que, paradójicamente, se siente menos hostil que lo que tienen detrás. Pero claro, la tranquilidad dura poco. De repente, empiezan a aparecer bengalas de humo rojo por todos lados. Y cuando esas bengalas aparecen… ya sabemos lo que viene. Detrás, cómo no, llega la patrulla de Lobos. Otra vez, acorraladas. Pero esta vez, no están solas.

Resulta que esas bengalas, al encenderse, han activado algo más: los zarcillos —esos nervios fúngicos que corren por el suelo— ya han mandado la alerta. Y esa llamada no tarda en recibir respuesta. Dina, con su oído entrenado y ese modo escucha que tanto nos recuerda al juego, cuenta en voz baja: uno, dos, tres… cinco chasqueadores. Están jodidas.

Y claro, como era de esperarse, los infectados entran en escena como alma que lleva el hongo. La horda no se anda con rodeos y se lanza a por los soldados primero. Los Lobos, desesperados, abren fuego sin control mientras los infectados los van cazando uno a uno. En medio del caos, Ellie y Dina se meten dentro de un vagón del metro e intentan avanzar como pueden por esos estrechos pasillos que parecen diseñados a propósito para aumentar la tensión.

A cada paso, se cruzan con infectados que rompen cristales, que gritan, que muerden… pero ellas, con una agilidad que ya quisieran muchos, se van deshaciendo de los que se les echan encima. Es una huida frenética, una mezcla de habilidad, nervios y suerte. Al final, logran escapar por una escotilla justo antes de que el último vagón sea completamente invadido por corredores y chasqueadores.

Saltan de vagón en vagón hasta llegar a otro andén. Pero claro, ese salto hace ruido. Y para los infectados, el ruido es comida. Como si fueran murciélagos enloquecidos, la horda vuelve a escucharlas y va tras ellas sin freno. Otro callejón sin salida. Suben como pueden por las rejas, trepando al borde del pánico. Pero la horda, como buena pesadilla recurrente, no se queda atrás y consigue derribar la última barrera que las separaba.

Ya al límite, logran alcanzar unas puertas giratorias oxidadas, de esas de control de acceso que se traban hasta con el viento. Y sí, se traban. Justo cuando parecía que lo peor había pasado, un corredor logra alcanzarlas. Ellie, en su instinto de proteger a Dina, se lanza al ataque… y ahí ocurre: el infectado la muerde. Y no en cualquier parte. La muerde en el mismo brazo donde hace años descubrió que era inmune. Ese mismo mordisco por el que todo esto empezó.

Dina, conmocionada por lo que acaba de ver, y sin pensarlo, le pega un tiro al infectado, acabando con él. Y otra vez, huyen. La puerta giratoria se queda atascada por la misma horda que ya no logra pasar. Salvan el pellejo por los pelos.

Con Dina en el suelo, Ellie le tiende la mano para ayudarla a levantarse. Pero esa mano… lleva la mordida bien visible. Dina se queda paralizada. La mira sin saber si confiar, si correr, si disparar. Tiene la pistola apretada en la mano con una fuerza que dice todo. Pero al final, su instinto gana. Acepta la ayuda, y salen a la calle. Justo enfrente está el teatro. Ellie le dice que ahí estarán a salvo, pero Dina… Dina no lo tiene tan claro. Esa mordida lo cambia todo.

Verdades a la luz: el teatro, el embarazo y el pacto final

Una vez dentro del teatro, Ellie no pierde el tiempo y traba la puerta como puede. Ya sabemos cómo va esto: si hay un sitio cerrado, hay que asegurarlo. Pero mientras hace eso, Dina no le quita ojo de encima. Y no precisamente con una mirada tranquila. Cuando Ellie se gira para hablarle, se encuentra con algo bastante más tenso: Dina la está apuntando con su pistola. Sí, así de directo. No sabe muy bien qué hacer, pero está claro que el miedo le pesa más que cualquier otra cosa.

Ellie tarda un segundo en entender qué está pasando… hasta que cae en la mordida. Claro. Dina no sabe lo de su inmunidad, y desde fuera, lo que ha visto es a su compañera de viaje, de vida… mordida. Así que Ellie tiene que hacer lo que haríamos todos en su situación: calmarla, explicarle que no pasa nada, que es inmune. La conversación es un nudo en la garganta, cargada de tensión, de desconfianza, de amor, de miedo. Pero Ellie consigue que Dina disipe la tensión, medio convencida de que su mordida no significa una muerte inminente. Para probarlo, Ellie dice que se va a vendar la herida y dormir como si nada, a ver si eso la convence del todo.

Y así lo hace. Mientras tanto, Dina se queda en vela, de guardia, mirando cada movimiento, con la mano cerca del gatillo, por si hay que tomar una decisión difícil. Pero todos sabemos que eso no pasa. Ellie duerme como un tronco. La inmunidad sigue siendo real.

A media noche, Ellie se despierta por una gotera que le cae justo en la cara, provocada por la lluvia . Y en un momento casi cómico, Dina sigue ahí, firme, con la linterna encendida y apuntando a Ellie como si no se hubiese movido ni un centímetro en toda la noche. Ellie intenta calmarla otra vez, mostrándole que está bien, que no hay fiebre, que no hay venas negras, que no hay síntomas. Solo la mordida fea, sí, pero nada más.

Dina apaga la linterna, se levanta con una lámpara en la mano, y por fin, todo lo que tenía contenido le estalla en la cara. Se le nota en los ojos, en el temblor de su voz. Se acerca a Ellie como si la estuviera viendo por primera vez y suelta la bomba: está embarazada. Así, sin anestesia. Y no lo dice tranquila, lo dice rota, como si llevara días cargando con eso. Ellie se queda en shock. Y en ese momento de vulnerabilidad, entre todo lo que han vivido y lo que acaban de confesar, se funden en un beso que lo dice todo. No hace falta más detalles. Es pura pasión, puro alivio, pura conexión.

Amanece en el teatro. Y por primera vez en mucho tiempo, la serie nos regala un momento de paz. Las dos están abrazadas, medio dormidas, medio despiertas, como si el mundo fuera un poquito menos cruel por unos minutos. Se ríen, se toman el pelo, y empiezan a hablar de lo que hasta ahora no habían podido.

Ellie le cuenta cómo fue su primer mordisco, cómo pensó que iba a morir y al final no. Dina, en cambio, le habla de lo que siente, de cómo siempre ha sentido cosas por ambos sexos, y cómo desde hace tiempo intuía que Ellie también sentía algo por ella. Ellie, entre risas, se autoproclama el futuro papá adoptivo del bebé, y Dina, aunque al principio se sorprende, deja ver una ternura que hasta ahora había escondido muy bien.

Entre bromas y confesiones, Dina le cuenta que está segura de su embarazo porque se llevó cuatro tests de embarazo de la farmacia Weston’s. Cuatro. Por si uno fallaba, claro. Y aunque Jesse es el padre biológico, el vínculo que se empieza a formar entre Ellie y Dina es más fuerte que cualquier duda.

Pero la calma no dura para siempre. De pronto, suena la radio que Dina tenía guardado en la mochila. En la frecuencia, se escuchan voces de los Lobos. Hablan de heridos que van a llevar a Lakehill, donde Nora los está esperando. Al oír ese nombre, Ellie se pone en alerta. Lo reconoce. Lo relaciona. Coge el walkie, pero ya es tarde. La transmisión termina.

Sin perder tiempo, las dos suben a la parte más alta del teatro. Desde allí, con la ciudad en ruinas a sus pies y la tensión creciendo otra vez, logran situar a lo lejos Lakehill. Y en la cara de Ellie se nota: esto no va a ser nada fácil. Pero no está sola. Dina, firme, le asegura que irá con ella. Que le guste o no, no va a dejarla sola en esto.

Se agarran de la mano, y con la mirada fija en ese horizonte incierto y peligroso, sellan su pacto. Pase lo que pase, van juntas hasta el final.

Análisis: Cuando la serie no adapta, sino honra

Este episodio… este episodio es The Last of Us en vena. Directo al corazón. Una hora que no solo adapta escenas del juego, sino que las reinterpreta, las reescribe con cariño y las amplifica para que nos sintamos exactamente como la primera vez que empuñamos el mando. O incluso más.

Isaac se nos presenta como un tipo que impone respeto y miedo a partes iguales. Capaz de todo con tal de ganar una batalla más. En el juego lo conocíamos junto con Abby, y nunca lo vimos como parte de FEDRA, pero su introducción con una escena de tortura ya venía de serie. Así que esto encaja perfecto. No rompe nada, solo amplía y profundiza. Y nosotros, los fans, lo agradecemos. Porque eso es lo que tiene que hacer una buena adaptación: no quedarse en la superficie, sino entrar en los espacios vacíos del juego y darles cuerpo.

Durante todo este paseo por Seattle es cuando más se sienten las similitudes con el videojuego. Está la farmacia Weston’s, donde Dina entra a buscar lo que sea útil —medicinas, recursos— mientras Ellie la espera fuera. Las calles de Capitol Hill, llenas de banderas del orgullo que contrastan durísimo con los restos de batallas recientes. La tienda de música, que en el juego era una escena opcional, aquí brilla como uno de los momentos más memorables del capítulo. Y la cadena de televisión, claro, el punto clave donde saben que los WLF están o han estado. Todo este tramo es de los que más nos hacen sentir que estamos jugando el juego otra vez. A pesar de que condensan muchas cosas en poco tiempo, lo hacen con respeto y cariño por el material original. Y eso, para los que llevamos años con estos personajes, vale oro.

Hay momentos que cortan la respiración. La escena con Ellie tocando Take On Me es un guiño que va más allá de lo nostálgico: es emocionalmente devastador. Es un susurro de esperanza en un mundo que devora cualquier intento de belleza. Lo mismo con Dina y el embarazo. La forma en que la serie lo revela no es con diálogo dramático ni música de violines, sino con un silencio, una mirada, una verdad dicha a medias. Y el beso. Ese beso no es solo un momento romántico; es un acto de resistencia. Es amor, sí, pero también es afirmación de identidad, de humanidad, en medio del caos absoluto.

Y claro, la tensión está servida todo el tiempo. Serafitas, Lobos y los restos históricos de la guerra con FEDRA… Todo está ahí para recordarnos que nadie está a salvo. Que en este mundo, el mayor peligro muchas veces no son los infectados, sino lo que queda de nosotros mismos.

Para quienes venimos del juego, cada plano se siente como un reencuentro. Pero lo que hace este episodio especial es que no se queda en la nostalgia. Nos da algo nuevo, algo que amplía lo que sabíamos, sin traicionar lo que ya amamos. Eso no es fácil de lograr. Lo que han hecho aquí no es solo una adaptación. Es una declaración de amor al videojuego. Y como fan, me saco el sombrero.

P.D: Gracias por no matar a Shimmer.

Hasta la próxima pequeñas esporas.

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